19 de noviembre de 2013

De las cosas que uno aprende a los 20 y tantos...

Para quien me conoce y me conoce bien, no será nuevo el contarles que de pequeña nunca aprendí a andar en bicicleta. Vaya, que no aprendí y que no se me instruyo, no tuve una y no sé por qué.

Mamá la dio prioridad a la natación, los círculos literarios, los cursos de manualidades y deportes que no tuvieran relación alguna con montarse en una bici. Gracioso, eh? Bueno, el misterio también llega hasta mis Abuelos y mis Ti@s; de niña viví mucho años con ellos. Así que la verdad no recuerdo haber tenido una bicicleta en mi vida, ni que mis tíos me instruyeran o que fuera al kínder o primaria en ella. Pase la eternidad de juegos infantiles en compañía de mis primos y ellos si saben utilizarla. Ni idea de cómo sucedió esta tragedia.

Viví mucho tiempo en una ciudad costera, tampoco se me ocurre porque no aprendí en aquel momento. Y después de vuelta a mi ciudad solo existieron el transporte público, los aventones, el carro del abuelo... hasta que tuve mi propio carro. Saber a andar en bicicleta nunca jugó un papel importante en mi vida. Pero eso cambio cuando me mude a Europa y me di cuenta de todo lo que estaba desperdiciando por no saber: tiempo, hermosos paseos en la bici, aprovechar las vías y la relativa seguridad con la que se puede viajar con ese medio.

El año pasado me empezaron a enseñar, con una bici para una adolescente donde las piernas tocaban el suelo y donde mi marido corría detrás de mi para hacerme conocer el balance, hasta que después me solté y pude perder ese miedo. Un miedo muy difícil de dejar porque uno está bastante crecidito y el temor a hacerse daño es mucho mas grande que el de un niño. 
Bueno, si les soy sincera, el año pasado que aprendí, toque contadas veces la bicicleta y aunque en teoría ya sabía, la práctica era otra cosa. Por otro lado, el clima jugo su papel a mi favor y llego el invierno y la bici que me regalaron (una bici viejísima donde mi suegra paseo a mi esposo de bebe) paso a tomar parte de su sitio en el sótano.

Este año pensé que debía cambiar esa situación, porque siempre me había hecho sentir mal seguir teniendo inconscientemente esa angustia de salir a la calle con ella y sufrir un accidente.
Y bueno, un día mi marido me extendió un periódico, en donde se encontraba un artículo sobre mujeres migrantes que no sabían montar bicicleta y que se habían inscrito a un curso que les ayudo con el tema. Curso que era promovido por diversas organizaciones sin fines de lucro y por parte también del gobierno. Entre las cosas que me llamaba la atención del artículo, es que mencionaban que también estas mujeres durante el curso habían mejorado o era notorio que hablaban mejor el idioma alemán que la mujer migrante promedio.

Y para no hacer larga la historia, me inscribí, fue un curso que duro casi tres semanas, asistimos casi tres horas diarias 12 mujeres de todas edades, razas y con diferentes motivacioness/razones para estar ahí. Fue un curso que disfrute tanto, la gente que conocí y lo que aprendí con ellas, las horas que hice de ejercicio! Y claro, el tiempo que pasamos montadas en la bicicleta y sobre todo como empezábamos la mañana con nuestra rutina de Yoga: 

ich empfange die Kräfte und Freuden des Lebens, (yo recibo la energía y la alegría de la vida)
und nehme sie dankend and, (y la acepto agradecida)
ich will den Tag genießen, genießen, genießen (yo quiero disfrutar el día)
ich schenke Freude nach allen Seiten (y regalo alegría hacia todos los sitios)

Al término de la primera semana muchas podían montar la bici y pasear en ella. El pavor que se enfrenta a esta edad, es uno muy canijo; era natural esperar que hubiera gente que al final que no lo logro, no porque no pudieran sino porque el miedo no se los permitió (sin juzgar).

Cuando tristemente termino el curso había hecho nuevas amigas (mas!) y el ultimo día cerramos con broche de hora con un tour y picnic en el bosque, y aunque tuvimos solo dos oportunidades de practicar en el tráfico normal y conocer muy poco las reglas de transito para coches y bicicletas. El escalón de subirte, dominar el equilibrio de tu cuerpo y andar/parar cuando tu quieres, se logro. A muchas nos falta todavía aprender bien a andar en la calle y sobre todo en ciudades con colinas (ojala fuera plano aquí!). 

Pero el logro fue importante y a mi me daba un poco de gracia explicar o contar que estaba en un curso para eso, mas de una persona se burlo, o se sorprendió positivamente de que hubiera tal cosa. Lo de la burla, lo supe tomar muy bien, mal no es no saber, sino nunca querer a aprender (me pregunto cuando nuestros juicios absurdos nos dejaran crecer). En fin, hubo reacciones en cadena super positivas y hasta en la televisión nos querían entrevistar, pero el grupo voto en contra y no se me hizo realidad volverme famosa!.

En fin, esa fue la historia de cómo aprendí a andar en bicicleta. Espero la hayan disfrutado. Y que cada que puedan salgan a tomar la bici y disfruten de un paseo en ella.

Saludos a mis lectores.